José Lull García
Como arqueólogo y aficionado a la astronomía, una de las disciplinas que me permiten conjugar ambas pasiones es la arqueoastronomía. Tras este término se esconde un precioso mundo del que aún nos queda mucho por estudiar y comprender. Últimamente se prefiere designar a esta disciplina como Astronomía Cultural, de modo que englobe tanto a la arqueoastronomía como a la etnoastronomía, según ha ido divulgando la Sociedad Europea para la Astronomía Cultural (ESAC, por sus siglas en inglés). No obstante, no creo que sea necesario confundir al lector con términos que, al fín, entendemos que tienen la misma significación.
Lo cierto es que, en la medida de lo posible, el estudio arqueoastronómico debería relacionarse con diferentes aspectos simbólicos, rituales, religiosos y culturales que pudiesen aportar pistas sobre el significado de los muy diversos tipos de alineaciones edilicias [de edificios] llevados a cabo por distintas culturas y civilizaciones que han poblado nuestro planeta.
No tiene ningún sentido el ir en busca de más y más alineaciones de edificios o estructuras con respecto a diferentes astros o fenómenos astronómicos si el conocimiento que tenemos de la cultura que estudiamos no nos permite conocer el significado de tal o cual alineación. Hemos de entender que generalmente las antiguas culturas estaban influenciadas por la religión, la cual aplastaba una y otra vez cualquier entendimiento científico de los sucesos de la bóveda celeste a cambio de una comprensión de las relaciones de los dioses cósmicos entre ellos y los seres terrenales.
Esto nos lleva inevitablemente a entender que tras lo que aparentemente nos parece una simple alineación solar, lunar o estelar se esconde todo un mundo de magia, ritualismo y religiosidad de carácter abstracto, y por tanto difícil de comprender. Por esta razón es importante que primeramente, si bien no siempre es posible, procuremos recopilar información arqueológica, documental e histórica que pueda ayudarnos a resolver esta abstracción.
Al escribir este artículo, mi verdadera intención ha sido el iniciar una serie regular de trabajos que traten el tema arqueoastronómico, aunque siempre con la espada del tiempo sobre mi cabeza. Espero que esta continuidad, así como mi intención de dedicarme a la explicación de estructuras edilicias concretas de diferentes partes del mundo, contribuya a difundir y hacer comprensible esta atractiva disciplina que es la Arqueoastronomía.
El emplazamiento arqueológico que he elegido para iniciar esta serie de artículos es la antigua ciudad de Chichén-Itzá, al Norte de la península de Yucatán, sobradamente conocida por los aficionados a la arqueología mesoamericana o, desde años atrás, por la multitudinaria afluencia de turistas que se tuestan al caliente Sol de Cancún. Este precioso lugar cuenta con un buen número de edificios, muchos de ellos con alineaciones astronómicas que serán objeto de futuros artículos. En el presente trabajo nos centraremos, sin embargo, en la llamada Pirámide de Kukulcán, también conocida como El Castillo.
Aunque no sea este el lugar dónde desarrollar una explicación puramente arqueológica del yacimiento de Chichén-Itzá, no estará de más ofrecer breves comentarios que nos sitúen en el momento cultural de las personas que construyeron El Castillo por que, como explicamos en la introducción, si podemos no debemos separar el estudio arqueológico, antropológico y etnológico de esta disciplina que une la arqueología y la astronomía.
Chichén Itzá, conocida desde los tiempos de la conquista, no sufrió ninguna excavación sistemática hasta 1924. Sin embargo, ya podía apreciarse que en contra del estilo Puuc que se observa en muchos edificios antiguos, otros muestran elementos que nada tienen que ver con la cultura maya, como es el caso de la Pirámide de Kukulcán. Adornando los muros de algunos templos, vemos representaciones de guerreros con vestimentas diferentes a las mayas. Estas figuras también se encuentran en el Valle de México. Incluso en otros relieves se ve a estos guerreros luchando contra otros propiamente mayas. Estamos ante una confirmación arqueológica de un hecho transmitido de padres a hijos, a modo de leyenda, y que podemos encontrar en los llamados libros de Chilam Balam.
La tribu de los itzaes llegó a Yucatán hacia el siglo X, convirtiendo a Chichén Itzá en una importante capital. La leyenda cuenta que procedían de una ciudad del centro de México llamada Tollán, la cuna de los Toltecas, identificada actualmente como Tula. Según las narraciones indias, durante esa época partió de Tollán un grupo de personas mandadas por el legendario e histórico Quetzalcóatl, tras ser expulsado por los súbditos de Tezcatlipoca.
Esto debió ocurrir hacia el año 987, y debemos reconocer a estos toltecas como los itzaes que llamaron los mayas. Son muchos los mitos y leyendas que se forjaron desde entonces en torno a la noble figura de Quetzalcóatl, identificado con el dios del mismo nombre, simbólicamente representado como una serpiente emplumada. Es el mismo que, según la leyenda, volvería algún día desde el oriente para recuperar su reino perdido. De hecho, la llegada de los españoles a las costas mexicanas desde el mar oriental hacia 1519 fue relacionada por diversas culturas indígenas con este hecho.
En el siglo XVI, el franciscano español Diego de Landa escribía que "... los indios creen que entre los itzaes que ocuparon Chichen Itzá reinó un gran señor llamado Kukulcán, y que el principal edificio, que es llamado Kukulcán, demuestra que esto es verdad. ... en México se le consideraba uno de sus dioses, y le llamaban Quetzalcóatl. ". Nos encontramos pues con la dedicación de nuestra pirámide al dios conocido en náhuatl como Quetzalcóatl, en maya como Kukulcán y en quiché como Gucumatz.
La pirámide mide 55 metros por lado y 24 de altura, componiéndose de 9 plataformas o pisos que son recorridas en cada uno de sus cuatro lados por sendas escalinatas. La pirámide no está alineada con el eje Norte-Sur, sino que presenta una desviación de 23º respecto al mismo. Sobre la pirámide hay un pequeño templo de planta cuadrada cuyo único acceso está en el lado Norte.
En el templo encontramos columnas con la forma de serpientes emplumadas, de la misma forma que el remate inferior de la escalera Norte acaba en forma de cabeza de serpiente.
Esa serie de elementos nos muestran un culto al dios Kukulcán en esta pirámide, pero, como veremos, puede estar también relacionada con el calendario solar.
Las escaleras Este y Oeste están alineadas con el orto solar [salida del Sol] del día del solsticio de invierno, y el ocaso del Sol del día del solsticio de verano, respectivamente.
La ejecución de la obra de la pirámide es por tanto parte de un ambicioso plan en el que la alineación con fenómenos astronómicos ha sido absolutamente necesaria. (Continuará)
Las imágenes fueron tomadas de:
http://sepiensa.org.mx/contenidos/2005/mexico_riqueza/chichen/chichen.html















En el libro decía: "Las serpientes boas se tragan su presas enteras, sin masticarlas. Luego no pueden moverse y duermen durante los seis meses que dura su digestión".
Las personas grandes me aconsejaron que dejara a un lado los dibujos de serpientes boas abiertas o cerradas, y que me interesara un poco más en la geografía, la historia, el cálculo y la gramática. Así fue como a la edad de seis años abandoné una magnífica carrera de pintor. Había quedado desilusionado por el fracaso de mis dibujos número 1 y número 2.
Ahí tienen el mejor retrato que más tarde logré hacer de él, aunque mi dibujo ciertamente es menos encantador que el modelo. Pero no es mía la culpa. Las personas grandes me desanimaron de mi carrera de pintor a la edad de seis años y no había aprendido a dibujar otra cosa que boas cerradas y boas abiertas.
El hombrecito lo miró atentamente y dijo:
Mi amigo sonrió dulcemente, con indulgencia.
Fue rechazado igual que los anteriores.
Esto no podía asombrarme mucho. Sabía muy bien que aparte de los grandes planetas como la Tierra, Júpiter, Marte, Venus, a los cuales se les ha dado nombre, existen otros centenares de ellos tan pequeños a veces que es difícil distinguirlos aun con la ayuda del telescopio. Cuando un astrónomo descubre uno de estos planetas, le da por nombre un número. Le llama, por ejemplo, "el asteroide 3251".
Tengo poderosas razones para creer que el planeta del cual venía el principito era el asteroide B 612. Este asteroide ha sido visto sólo una vez con el telescopio en 1909, por un astrónomo turco.
Felizmente para la reputación del asteroide B 612, un dictador turco impuso a su pueblo, bajo pena de muerte, el vestido a la europea. Entonces el astrónomo volvió a dar cuenta de su descubrimiento en 1920 y como lucía un traje muy elegante, todo el mundo aceptó su demostración.
Si les he contado de todos estos detalles sobre el asteroide B 612 y hasta les he confiado su número, es por consideración a las personas mayores. A los mayores les gustan las cifras. Cuando se les habla de un nuevo amigo, jamás preguntan sobre lo esencial del mismo. Nunca se les ocurre preguntar: "¿Qué tono tiene su voz? ¿Qué juegos prefiere? ¿Le gusta coleccionar mariposas?" Pero en cambio preguntan: "¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre?" Solamente con estos detalles creen conocerle. Si les decimos a las personas mayores: "He visto una casa preciosa de ladrillo rosa, con geranios en las ventanas y palomas en el tejado", jamás llegarán a imaginarse cómo es esa casa. Es preciso decirles: "He visto una casa que vale cien mil pesos". Entonces exclaman entusiasmados: "¡Oh, qué preciosa ha de ser!"